Rastro de sangre II

Karlev paseaba silvando por un camino a las afueras de la villa, la tranquilidad y la paz de un sitio vacío le reconfortaba, estaba bastante estresado de los últimos días, no acostumbraba a quedarse tanto tiempo en el mismo sitio, pero ahora.... no le quedaba ningún otro remedio. Hacía unos días habían llegado unos pescadores de alta mar y habían dejado su barco en puerto, tenía que ir verlo, quizás le sirviera de algo aquel gran barco pesquero, al menos para cruzar el mar un par de veces antes de que se hunda.
Un ruido se oyó entre la maleza, Karlev se quedó desconcertado y comenzó a mirar en todas direcciones, sabía que había alguien cerca...
-¿Quien anda ahi? -Dijo Karlev en voz firme.

Dos bandidos salieron de cada uno de los lados del camino armados con katanas. Caminaban amenazantes pero lentamente hacia Karlev, que seguía inmovil por el "shock" de la situación. Uno de ellos señaló el morral de Karlev con la cabeza, y sin más dilaciones, uno de ellos abrió la boca para hablar:
-La bolsa, o la vida... tu elijes payasito...
Karlev asintió firme sin darles la bolsa, uno de ellos parecía mayor, a pesar de un pañuelo que tapaba parcialmente su cara, se podía apreciar en él una piel agrietada y arrugada por la edad, una mirada nerviosa, con un toque de desesperación. Sus piernas temblaban y un pulso muy mal cuidado sostenía la larga katana, que estaba notablemente mellada en la parte inferior.

El otro, sin embargo, tenía una mirada infantil, no parecía mayor de veinte años. Su mirada era firme, pero se podía apreciar miedo en sus ojos, sostenía la katana con una mano, mientras que mantenía extendida la otra, con la que le hacía señas para que le diera su bolsa. Este no llevaba pañuelo alguno, lucía una cara mal afeitada y unos dientes bien cuidados que enseñaba con una leve sonrisa de medio lado.
Karlev miraba a aquellos hombres un tanto sorprendido, nunca le habían asaltado en un camino, y menos dos personas, que cualquiera que los viera juraría que son padre e hijo.
-¡¡Vamos espantapajaros!! Queremos la bolsa, ¡ahora! -Gritó el menor de los dos haciendo temblar notablemente la mano que mantenía extendida para recibir la bolsa del payaso.

Karlev, sin dejar de mirarlos, dejó caer su bolsa de los hombros y la puso frente a él. Muy despacio la abrió. El tiempo se paró, una gota de sudor frío recorrió la cara del payaso, se estaba poniendo indudablemente nervioso, sabía que si no hacía algo pronto iva a acabar descabezado por aquellos dos hombres que le habían pillado de sorpresa. Cogió de su mochila una de sus bombas de humo y la encendió. La sacó de la mochila para tirarla al suelo en unas décimas de segundo que parecieron horas. La explosión de humo negro cegó a todos los presentes menos al payaso que ya se había dado la vuelta para evitar ser cegado.
En la confusión del humo corrió con todas sus fuerzas hasta un arbusto que había unos veinticinco metros detrás de los bandidos.

E humo tardó unos instantes en disolverse, mas bien unos minutos. Los bandidos tosían sin control algo aturdidos y cegados por la explosión. Se movían desorientados habiendo tirado sus katanas al suelo para cubrirse la cara de aquel humo. Se apartaron un poco del humo y cuando por fin pudieron abrir los ojos se miraron y a continuación comenzaron a buscar con la mirada al payaso, ya no estaba.
-Mierda, ¿donde se ha metido ese gusano? -Dijo el bandido mas viejo indignado entre gruñidos mientras daba un pisotón al suelo.
-No puede estar muy lejos ¡maldita sea! -Contestó el otro bandido igualmente enfadado buscando las katanas.
Ambos bandidos se pusieron a buscar a sus alrededores para ver si conseguían ver al payaso escondido entre algún matorral.

Karlev no cabía en si mismo de la alegría, no podía ni creer lo que estaba viendo, había logrado huir de aquellos bandidos, de aquellos sucios asaltacaminos sin ni un solo rasguño. Cada vez, su habilidad de sigilo era mayor. No podía parar de reirse, hasta para eso era silencioso, ¡maldita sea!
-Soy una jodida máquina... jijijijijijijijiji -Pensaba Karlev viendo a los torpes bandidos buscarle por todas partes sin lograr dar con él. Se frotaba las manos ávidamente viendo lo bien que le había salido el movimiento. Esas bombas eran una pasada, a pesar de que fuera algo caro construir cada una, eran una joya para las huidas, al menos así lo veía Karlev.
Los Bandidos seguían buscando a Karlev mientras este preparaba su huida...

Con un rápido movimiento Karlev se movió del arbusto hacia un árbol cercano. Aquellas centésimas de segundo parecieron horas, quizás días enteros, al tiempo que la mirada del bandido se giraba hacia la posición de Karlev, este se movió al árbol, el corazón se le aceleró tanto que se mareó un poco.
Una estocada de la katana del bandido más mayor destrozó el escondite que antes había usado Karlev, de no haberse movido, quizás ya no estaría vivo...
-Esto es imposible.... dejémosle, no creo que llevase mucho de valor... -Dijo el bandido más pequeño con un gruñido.
El hijo asintió sin reparo alguno mientras se daba la vuelta para hechar un último vistazo antes de irse.

Pero no vió nada, excepto el viejo roble tras el que el payaso se escondía algo mareado por el shock de la situación. Tras esto, se dió la vuelta y se alejó a pasos largos tras el otro asaltacaminos.
Karlev suspiró tranquilo, por fin se ivan... pero no podía salir hasta que no estuviera seguro de que ya no estaban. Le sudaban las manos bajo los guantes, Dejaba de temblar progresivamente mientras los asaltadores se alejaban rápidamente en línea recta. A la priemra curva que tomaron, Karlev salió de sue scondite, se limpió el polvo y con una sonrisa de oreja a oreja dijo:
-Muy bien, si no quiero pelear, no peleo, me voy, y listo -Tras esto, comenzó a reirse descontroladamente mientras caminaba de nuevo hacia el pueblo.