Cazador de pieles

Había decidido descansar por unos días de su arduo trabajo. Sí, había dicho arduo, ya que era de lo más cansado. Por todos los dioses que existían en el cielo, se había deshecho de más de siete tipos que no habían dejado de robar tras su amenaza. “Tal vez no asuste tanto como debiera”, pensó para sí misma. Namida ya no sabía ni de donde salían tantos vendedores. “Joder, parece que aquí, los viejos, tengan abastecimiento infinito”. Negó con la cabeza ante su absurdo pensamiento.

Cansada de luchar entró en una pequeña taberna que había cerca del puerto. Pidió algo mientras miraba el periódico que había llegado esa misma mañana. Ninguno, de los que habían llegado recientemente a la isla, había apartado su mirada de ella desde que había entrado en el local. Y eso la hizo incomodarse un poco, se removió en su lugar y arqueó una de sus cejas. Las miradas de todos empezaban a incordiarla y no le gustaba para nada. Recordó que cuando estaba molesta perdía el control de su mente y podía llegar a hacer una carnicería.

Cerró los ojos y suspiró. Mientras levantaba la taza con lo que había pedido. Tomó un trago y volvió a bajarla, dejándola sobre la barra con mucha delicadeza. Contó hasta diez con los ojos cerrados y suspiró.

–¿Es que tengo monos en la cara? –cuestionó la joven, totalmente fuera de sus casillas, mientras mecía su largo cabello moreno. No había podido evitar sentirse furiosa, aunque lo había intentado.

Todos desviaron sus miradas, ahora parecía que había otras muchas cosas más interesantes que ella. El que estaba al otro lado de la barra sonrió hacia la joven. Ella le devolvió la sonrisa y levantó la copa para beber lo que quedaba en ella de un solo trago.

–¿Sabías que la marina ha mandado a uno de sus hombres a esta isla? –Namida entrecerró los ojos y miró de reojo a aquel que había hablado. Era un chico no mucho mayor que ella. Tenía la piel tostada por el trabajo y sus ojos se veían animados, como si tuviera un juguete nuevo.

–¿Qué puede querer la armada de esta isla? –cuestionó el acompañante mientras le lanzaba una mirada al chico y otra a su bebida. Tomó un trago, escuchando lo que le decía atentamente.

–Toma, aquí está lo que te debo –Nami pagó lo que se había tomado y se levantó para salir de allí. Tenía un mal presentimiento y sabía que nada bueno iba a salir de ahí.

Sabía que lo único que podían buscar en esa isla era a ella ya que en dos años no habían ido a proteger a esas personas. “Sé que en mis primeros enfrentamientos he tenido algo de suerte. ¿Qué digo algo? Solo me he tenido que enfrentar a una panda de niñatos malcriados y a un vendedor con nociones baratas de kendo”, pensó mientras suspiraba. Caminó lentamente por la costa hacia el puerto, esperando encontrar algún barco que la llevara. “También sé que si me enfrento a un marine ahora, no saldré bien parada. Es posible que, incluso, pierda mi vida. Si eso ocurriera no podría encontrar a mi padre”.

Namida llegó al puerto y pudo ver claramente como un hombre desembarcaba de un enorme buque de la Marina Naval. “Dios mío”, pensó Nami mientras se escondía tras otro barco. Vio como otro hombre le daba unas cuantas órdenes y este asentía. Tras eso tomó lo que parecía un arma y comenzó a caminar hacia donde Nami se hallaba escondida.

–¡Eh, tú! –dijo la voz grave del chico. La había sobrepasado por unos cuantos pasos y se había detenido. El chico se dio la vuelta y le lanzó una mirada bestial, cosa que hizo que Namida se asustara y temblara “Lo repito, no tengo nada que hacer contra él”, pensó cuando vio sus ojos.

–Di... disculpa, ¿Me hablas a mí? –preguntó Namida, con una de sus cejas alzadas, cuando ya no encontró ninguna salida por la que escapar. El marine de aspecto feroz le lanzó una mirada retadora. Parecía demasiado furioso, y eso no le agradaba en lo absoluto. Aceptó para sí misma que sentía miedo.

–Maldición siempre me toca hablar con los idiotas –masculló mientras se arreglaba su ropa e intentaba tranquilizar el tono de su voz. Nami, al escuchar dicho comentario, se sintió ofendida “Solo es un idiota con complejo de superioridad”– tu cara me suena, ¿Es posible que nos conozcamos de algo?

–Primero me llamas idiota... ¿Y ahora intentas ligar conmigo? –preguntó Nami haciendo que el marine pegara un salto con un sonrojo en el rostro. La joven, confusa por el sonrojo del chico, ladeó un poco la cabeza y pensó rápidamente en su próximo paso a seguir. "Un paso en falso y estoy muerta"– ¡Oh! Llego tarde, debía ir a comprar.

–Todavía no me has dicho lo que quiero saber –informó él tomándola por el brazo antes de que se marchara. La joven lo escaneó con la mirada. Era un chico alto y de tez morena. Traía puestos unos pantalones pirata y una camisa abierta, que dejaba ver unos bien formados abdominales. El chico tenía el cabello corto y despeinado, de un color verde. Sus ojos eran de un color negro que los hacía ver más profundos y amenazadores. En una sola palabra: bestiales– ¿Dónde está la taberna más cercana?

La joven quedó paralizada durante unos segundos y, al recordar que frente a ella se hallaba un marine, suspiró cansada.

“Ma... maldición” pensó ella mientras sentía sus piernas temblar levemente. Miró a todos lados para ver si había alguien que la pudiera salvar de una muerte segura pero no encontró a nadie más que a un par de marines que bajaban del barco. “Parece que en cualquier momento mis piernas no soportarán mi peso y caeré al suelo”

Namida le dio al chico las indicaciones necesarias para llegar a la taberna de la que ella venía. El choque de sus miradas hizo que un escalofrío recorriera la espalda de la muchacha, los ojos de él eran tan profundos como dos profundos pozos negros. El chico suspiró cuando la joven terminó de explicarle todo lo que sabía de la isla, que no era demasiado. Tras unos largos minutos de silencio, y un leve 'Gracias' por parte de él, Namida comenzó a caminar rumbo a la posada en la que se había estado hospedando desde la muerte del viejo Totosai.

Caminó unos pasos y pasó justo al lado de un marine que bajaba del barco, Namida rezó por qué no la reconociera. El marine ladeó un poco la cabeza y le lanzó una tenue sonrisa, dejando que ella prosiguiera con su camino. El chico que había charlado con Nami entrecerró los ojos mientras dejaba aparecer una enorme y sádica sonrisa entre sus labios. Se relamió el labio inferior con la lengua, dejó escapar un par de carcajadas y sus ojos volvieron a brillar con un toque salvaje.

–¿Quieres jugar?–preguntó al viento al ver desaparecer a la morena. De su espalda sacó un gran arpón, frunció el ceño, y sonrió al arma con malicia mientras veía a la joven desaparecer por el puerto– pues que así sea. ¡Juguemos!

Namida suspiró al verse libre de las miradas de aquellos marines que tan nerviosa la habían puesto. Miró a los lados para darse cuenta de que no estaba sola, a su izquierda había un joven que la miraba de forma extraña. Le lanzó una sonrisa al chico y él le respondió, algo sonrojado, con otra. Nami continuó caminando tranquilamente por el poblado de herreros. Algo captó su atención.

–Suelta eso, viejo, ha dejado de ser tuyo –gritó un chico joven de cabellos rubios. El muchacho no dejaba de patear a un hombre, que se hallaba en el suelo, para que soltara algo que mantenía pegado a su cuerpo.

–No te voy a entregar eso, era de mi hijo –dijo, obstinado, el anciano.

El chico continuó pateando al viejo hasta que se desmayó. Cuando esto ocurrió el muchacho tomó lo que había estado buscando y se alejó unos pasos del hombre. Namida frunció el ceño al ver como lo volvía a patear.

–Te voy a tener que pedir que sueltes eso –comentó Namida con voz calmada. El chico le lanzó una mirada con unos ojos castaños e ignoró sus palabras.

–Hola, hermosa señorita, ¿Le gustaría venir a tomar algo? –preguntó mientras se alejaba del viejo– maldición, ese maldito viejo me ha manchado las botas con su insignificante sangre.

Nami frunció el ceño y lanzó una sonrisa maliciosa, con una señal le pidió al chico que se acercara y él lo hizo. Con un solo golpe la nariz del tipo estaba rota, la joven abrió la mano con la que le había golpeado.

–Ahora la sangre de una escoria está manchando mi piel –suspiró Nami mientras lo tomaba por el cuello de la camisa– Antes te lo he pedido con educación, ahora no tengo paciencia. ¡Dame lo que le has arrebatado!

–To... toma –musitó el chico lleno de miedo. Namida lo soltó y él salió corriendo como un corderito herido. Unas palmas sonaron a las espaldas de Namida. Su corazón comenzó a latir fuertemente en su pecho y exhaló todo el aire que había inspirado. Lentamente se dio la vuelta y lo que encontró tras ella no le gustó en lo absoluto.

–Sabía que eras tú desde el principio –comentó con voz ronca. Sus ojos brillaron con locura, algo que causó que un tremendo escalofrío recorriera la espalda de la chica.

–¿Co... cómo has podido descubrir donde me encontraba? –cuestionó la joven Namida, con rostro asustado, mientras retrocedía un paso sin apartar su vista del joven de cabellos verdes. Se cubrió la boca con una de sus manos para no dejar escapar un gemido de terror. Unas inmensas ganas de llorar se instalaron en ella, pero no sabía el porqué. "Es muy probable que sea porque estoy a punto de perder mi vida", pensó con desesperación.

–¿Vendrás con nosotros sin oponer resistencia? –preguntó el chico mientras se relamía los labios. Los ojos del muchacho se llenaron, completamente, de un brillo de locura y una sonrisa siniestra se instaló en sus labios "Es guapo" pensó, y segundos después negó con la cabeza para expulsar tales pensamientos de su mente "Al parecer eso de estar al borde de la muerte me está volviendo bastante estúpida" – ¿O le darás a Kraven el inmenso placer de poder cazarte?

Un pequeño gemido hizo que todos desviaran sus miradas de Nami y, con sorpresa, la posaran en el anciano que casi había sido masacrado. Ante los ojos de los marines y de la joven pirata el viejo comenzaba, lentamente, a ponerse en pie. La muchacha ignoró a los marines y se acercó, con paso lento, hacia el hombre. Le tendió una de sus manos y, con una enorme sonrisa, lo ayudó a levantarse. Cuando ambos estuvieron en pie la chica le hizo entrega de lo que le habían arrebatado con anterioridad. Con lágrimas en los ojos y una tenue sonrisa el viejo se colocó delante de Namida, cubriéndola con su escuálido cuerpo.

–No dejaré que toquéis a esta joven –dijo con voz cascada mientras estiraba sus manos, cubriendo más a la sorprendida muchacha. El anciano cerró los ojos y agregó con voz clara– y estoy seguro de que ninguno de los que habitan en este pueblo lo permitirá.

Ante los ojos, completamente abiertos por la sorpresa, de los marines se comenzaron a congregar un montón de personas; ancianos, hombres de mediana edad, jóvenes, niños, mujeres... Todos cubrían a Namida con sus cuerpos y la rodeaban. La muchacha dio un paso hacia detrás, todavía sorprendida por lo que esas gentes estaban haciendo por ella.

–¡No dejaremos que le toquéis un solo pelo a esta chica! –gritó la voz un chico joven.

–¡No dejaremos que la toquéis! –gritó un hombre joven que, al parecer se encontraba por las primeras filas.

–¡No! –chilló una mujer que se hallaba en la última fila, justo frente a ella– ¡Ella nos salvó mientras la marina nos daba la espalda!

–Esa chica es nuestra salvadora, ¡No dejaremos que os la llevéis! –gritó la voz de un hombre. Un murmullo general se levantó en el lugar evitando así que las voces de los marines, que intentaban tranquilizar a la población, se pudieran escuchar.

“¿Porqué hacen esto?” se preguntó Namida mientras detallaba las espaldas de aquellos a lo que tenía enfrente, un montón de personas congregadas a su alrededor "¿Porqué me defienden todos de esta manera?". Entreabrió los labiós y boqueó como un pez fuera del agua, pero entonces su mente solo pensó en una cosa “Da igual el porqué, es mi oportunidad para poder huir de aquí a salvo”

La chica dio unos pasos hacia detrás y se preparó para correr. Se dio la vuelta y en el mismo momento que comenzaba a alejarse de allí el sonido de algo al internarse en la carne hizo acto de presencia. Los gritos, de algunas mujeres, y el murmullo general hicieron Nami frenara su carrera para dirigir su mirada hacia detrás. A su espalda había mucha gente concentrada, en un círculo, mirando hacia el suelo. Una mujer lloraba, de rodillas, frente al cuerpo de un pequeño niño que era rodeado por un charco de sangre. Un arpón, fue extraído con brusquedad del pequeño cuerpo. Namida se dio la vuelta completamente y enfrentó al chico de pelo verde mientras la furia formaba una nebulosa en su mente. Apretó los dientes y entrecerró los ojos mientras una extraña picazón llegaba a ellos. Un alarido, más animal que humano, quiso escapar de la jaula que habían formado sus labios, y le costó una barbaridad detenerlo.

–¡Ella nos salvó mientras la marina nos daba la espalda!

– Esa chica es nuestra salvadora, ¡No dejaremos que os la llevéis!

Las voces de todas las personas que la estaban defendiendo ante los marines aparecieron en su mente como por arte de magia. Ella era una pirata, pero no podía dejar que aquellos que la buscaban mataran a personas inocentes. No podía permitir que otros murieran por ella.

–Todos los que hay aquí han defendido a un pirata por lo que, muy fácilmente son condenados por traición –dijo el que chico de mirada negra. Kraven, como se había llamado a sí mismo, suspiró con placer al extraer el arma– a menos que la chica me sea entregada todos moriréis uno por uno.

Namida lanzó una exclamación ahogada cuando Kraven alzó la voz. Namida sabía que él todavía se hallaba en el mismo lugar ya que lo estaba viendo a través de la congregación de gente. Apartó la mirada del pequeño cuerpo tirado en el suelo y se mordió el labio. Ella un pirata, normalmente ellos eran los malos, los que mataban gente inocente. Frunció el ceño mientras sentía como sus sentidos se agudizaban, la ira estaba ganando la batalla. “¡No!”, pensó, “No debo dejar que la ira me controle. Si eso ocurre aquí habrá un enorme baño de sangre. Si de algo me he dado cuenta, es de que cuando me transformo no puedo distinguir entre amigos y enemigos”

Namida tenía miedo de que por su culpa muchas personas murieran, pero si no hacía algo morirían de igual manera. Una decisión se instaló en su mente. Sabía que nada de lo que hiciera iba a salvarla de una muerte segura. El chico fijó su mirada en ella y todos se pudieron dar cuenta de que los pueblerinos se apretaban todavía más, protegíendola.

–Hemos estado aquí, más de dos años, esperando a que alguien llegara a salvar nuestras vidas –comenzó a relatar un anciano. La mano en su corazón y su voz cascada indicaban que era ya muy anciano– Al principio los ladrones solo se llevaban pequeñas cantidades de nuestro trabajo, pero el tiempo pasó y cada vez nos arrebataban más cosas. Llegó un momento en el que si alguno de nosotros no quería entregarles su trabajo era asesinado cruelmente. El miedo se podía respirar con claridad por las vacías calles. Eso fue hasta que llegó ella. Desde que ella está aquí solo ha muerto una persona, Totosai.

Un par de lágrimas escaparon de los ojos de Namida. Se había hecho la promesa de encontrar a su padre y hacerle entrega de la daga, todo había sido gracias a ese viejo.

–Entonces llegáis vosotros –continuó hablando– creíamos que vendrían a salvarnos, a terminar el trabajo que un pirata había hecho por vosotros. Pero no, veníais a matar...

El viejo cayó de repente dejando inconclusa la frase. Todos los que estaban a su alrededor gritaron y se alejaron del viejo que caía a plomo en el suelo. Poco a poco su propia sangre lo iba rodeando.

“Ahora sí”, pensó Namida mientras sus ojos le dejaban ver más claramente todo lo que la rodeaba. “Maldición, no dejaré que nadie más muera por mi culpa” una pequeña manita la sacó de sus pensamientos. Se trataba de una pequeña niña de dos cortas coletas negras y grandes ojos azules.

–Tienes que venir conmigo –dijo mientras las pequeñas coletas volaban al son del viento que se había formado a su alrededor “Pronto lloverá”, pensó Namida oliendo el agua gracias a sus sentidos. La niña tironeó de su falda y eso hizo que volviera a obtener toda su atención– mi mamá me ha dicho que me acompañes, ¡Rápido!

El niño, el viejo... Si Namida se marchaba ahora todos los que la habían protegido morirían de la misma forma. Suspiró mientras le lanzaba una tenue sonrisa a la pequeña niña. La morena se acachó un poco y acarició la cabeza de la pequeña.

–Escúchame, quiero que hagas algo por mí –dijo Nami. Al ver el asentimiento de la niña prosiguió– quiero que, escondida, alejes a todos los niños que haya entre todas esas personas. Mientras haces eso busca a tu mamá y dile que...

Todo era apenas un susurro, cuando Namida teminó de hablar la niña asintió con una sonrisa y volvió corriendo entre su gente. Con cuidado, como le había dicho la de ojos verdes, se encargó de alejar a todos los niños mientras le decía a su madre lo que le había pedido. La mujer le dirigió una mirada mientras hablaba algo, entre susurros, con la persona que tenía justo a su lado. Poco a poco lo que Nami había dicho se extendió entre todos los pueblerinos.

La muchacha vio que todos los niños habían sido alejados y se habían escondido en el puerto. Namida sintió los cambios que la furia provocaba en su cuerpo. En sus ojos, podía percibirlo todo mejor; en su nariz, todos los olores eran más fáciles de identificar; en sus orejas, se alargaban y podía escuchar los más bajos susurros. Un gruñido grave salió de entre sus labios y todas las personas abrieron un pasillo para dejarla pasar entre ellos. Namida comenzó a correr y se acercó rápidamente a Kraven. El chico no pudo hacer nada, en un principio para frenar la caída. Namida intentaba, por todos los medios, no perder la cordura ya que si lo hacía todos allí saldrían muy malparados.

La lluvia, como había predicho antes, comenzó a caer bañando los cuerpos de todos los presentes y limpiando la sangre, todavía húmeda, del suelo. Un golpe sonó entre el silencio que se había formado. Nadie se atrevía a decir nada por miedo a que alguien la tomara con él.

Un golpe tras otro eran encajados por Namida, que por muchos golpes que recibiera volvía a ponerse en pie. Alguien entre el público se movió sigilosamente mientras la capa que llevaba puesta ondeaba con el aire. Cuando el arpón estaba a punto de atravesar el pecho de Nami alguien la tomó de la cintura y tiró de ella hacia un lado. Debido al golpe la joven se quedó sin aire en los pulmones.

–¿Otro idiota que intenta salvar a la pirata? –preguntó Kraven. Namida fijó sus ojos en sus manos y pudo ver, con sorpresa, que volvía a ser completamente humana. Tras unos segundos miró a aquel que la había salvado. Sus ojos chocaron contra unos ojos verdes iguales a los suyos y una sonrisa en los labios de su salvador.

El hombre se puso en pie y la ayudó a levantarse, ignorando a Kraven. El muchacho de ojos negros sintió una profunda ira recorrer cada fibra de su ser, nadie lo ignoraba. Preparó su arpón y se puso en posición de batalla. Pero no le dio tiempo a hacer nada, ya que antes de que él pudiera moverse Namida y el misterioso personaje habían desaparecido. Kraven miró hacia todos los lugares para intentar ubicarlos pero no daba con ellos.

–¿Qu...quién eres? –preguntó a aquel que la había ayudado. El encapuchado se mantuvo en silencio. El sonido del metal chocar contra el suelo rompió el silencio, la daga que llevaba atada en su muslo se había caído debido a que la cuerda que la mantenía en su sitio se había roto.

–Miki –suspiró en voz baja el hombre. Namida le lanzó una mirada interrogativa.

–Esta daga la hizo el viejo Totosai –dijo mientras se quitaba la capucha– era un regalo para mi sobrina.

–Has dicho... tu sobrina –preguntó con los ojos totalmente abiertos. Esa daga había sido un regalo de sus padres, lo que significaba que él era de su familia.

–Si quieres puedes venir conmigo durante un tiempo y explicarme como llegó esta daga a tus manos –se ofreció el hombre. Namida asintió y de esta manera tuvo la oportunidad de escapar de aquel loco marine. Escaparon hasta un barco de mercancía que había en el puerto y mataron a un par de marines para que no pudieran dar la voz de alarma. De esta manera salieron de la isla con un rumbo desconocido para Nami.