El ángel que cayó del cielo

Toda historia comienza, de algún modo, por accidente. Para Jacqueline eso no fue diferente.

Hacía dos años que los marines se habían llevado a Uriel. Por aquel entonces, ya tendría que estar pudriéndose en alguna cárcel estatal, o con suerte, muerto. Jacqueline no esperaba que volviese para seguir cuidando de ella, por lo que tuvo que aprender a vivir sola.

Gracias a algunos ahorros que había dejado antes de marchar Uriel, había podido sobrevivir durante todo aquel tiempo. Si lo hubiese racionado mejor, quizá más. Pero los malos hábitos con el alcohol habían acabado con todo el dinero. Jacqueline volvía a ser pobre.

Y por eso, se vio obligada a robar. Y en uno de aquellos atracos, fue cuando sucedió. Ella misma reconocería más tarde que había sido muy poco cuidadosa, porque, al fin y al cabo, ¿¡quién en su sano juicio delinquiría frente al cuartel de la marina encargado de custodiar la Isla Yerom!?

Así que tras dar el tirón a la bolsa de un mercader despistado y escuchar los gritos alocados de éste pidiendo ayuda, no tuvo más remedio que echar a correr. Sin saber si la perseguían aún o no, saltó un muro para continuar hacia los bajos de la ciudad y esconderse cuanto antes.

Saltó y fue a caer en…

Y fue a caer en un marine.

El soldado, que dormitaba en su puesto de vigilancia, se vio sorprendido por la muchacha y cayó junto a ella al suelo. Jacqueline soltó una palabrota e intentó echar de nuevo a correr, pero el marine la agarró de la capa, que ondeó en el aire y dejó ver por un momento las dos pequeñas alas blancas que se ocultaban bajo ella. El marine las miró de hito en hito.

—¿¡Pero qué…!? —comenzó a decir.

No obstante, Jacqueline no le dejó continuar. Aprovechó su confusión para hacerle una llave básica y dejarlo nuevamente en el suelo, sin pensar de nuevo en huir cuanto antes, porque el marine había tocado un tema que la chica no podía perdonar.

—¡Ni las mires, escoria!

Tras aporrearle un par de patadas más en el suelo, no se arriesgó durante más tiempo y decidió marcharse, no sin antes registrarle los bolsillos para obtener algo más. Luego, volvió a internarse por las callejuelas de la ciudad.

Estaba atardeciendo cuando los rumores llegaron hasta sus oídos, a pesar del acertado escondite que había escogido en un callejón oscuro.

Al parecer, los marines estaban buscando a una joven de cabellos azulados que no sólo había robado y burlado su seguridad, sino que también había atacado (y nuevamente robado) cruelmente a uno de sus camaradas y según las habladurías. Jacqueline gruñó ante la errónea (según ella) versión de la historia. Sólo le había dado su merecido a la maleducada gentuza que la había mirado como un bicho raro al descubrir sus alas. ¿Qué importaba que fuese marine o no?

En cualquier caso, no podría permanecer allí mucho tiempo si seguían buscándola con tanto ahínco. Si bien era verdad que había crecido conociendo al dedillo toda la ciudad, también los marines, encargados de su vigilancia, se sabían de todos los escondrijos. Acabarían por encontrarla.

Jacqueline aprovechó el momento de tranquilidad para revisar las monedas que había robado. No era mucho, pero podría servir para huir. Quizá su encuentro con aquel marine había sido un golpe de suerte y todo, ya que por fin tenía una razón para marcharse. Todo lo que necesitaba era llegar al muelle.

Refugiándose en las sombras que le brindaba la noche, salió de su escondrijo. Reprimió las ganas de entrar en la taberna para echar un último trago y se dirigió hacia el muelle.

Los marines hicieron un descanso en su persecución para retomarla a la mañana siguiente (o bien se habían rendido finalmente), por lo que pudo pasear con mayor tranquilidad. Ninguno de los guardias con los que se encontró la exigió identificarse.

Sin embargo, al llegar al muelle comprobó que estaba custodiado por algunos marines. Se arriesgó y se internó. Consiguió acercarse al tablón de anuncios y comprobar que el último barco (hacia la isla de Pouss) asequible con su dinero zarpaba en menos de diez minutos. Y para entrar, necesitaba pasar por delante de un guardia.

A pesar de no haberlo planeado bien, logró entrar al barco. Estuvo esperando hasta el último momento, tras comprar el ticket y asegurarse de que todos los pasajeros ya estaban a bordo, y disparó al guardia entre las sombras. Cayó como un peso muerto y pasó por encima sin contemplaciones, con la única preocupación de si alguien lo había visto o no. Pero como nadie se percató de la desaparición del soldado, no le dio más vueltas.

Su siguiente obstáculo, no obstante, estaba en el propio barco.

Un marine, compañero del otro sin duda, vigilaba desde la cubierta y hacía pasar a todos los pasajeros al interior del barco para que los encargados les guiasen a sus habitaciones. Nada más verla, al ser la última, se acercó a Jacqueline.

—¿Viajas sola? —preguntó con amabilidad.

Un sentimiento de desconfianza afloró en el rostro del marine al observarla mejor. A Jacqueline no le cupo la menor duda de que había oído hablar de la ladrona de la mañana, y se debatía interiormente si debía identificarla como tal.

Jacqueline pensó en engañarle con palabras bonitas, para que pensara en ella como una ciudadana más de vacaciones y no creyera de verdad que pudiera ser una ladrona. El marine no parecía muy avispado. Probablemente, hubiese colado. Sin embargo, Jacqueline sabía que era incapaz de aparentar amabilidad o educación. No estaba en su naturaleza.

Por lo que optó por el plan más asequible.

—Sí, he venido con mi hermana pequeña —mintió descaradamente—. Pero creía que había venido detrás de mí. ¿Se habrá perdido…?

—Entonces a lo mejor aún sigue por el muelle —propuso el guardia, olvidando sus cavilaciones anteriores al escuchar que una niña había desaparecido.

El marine se acercó a la barandilla del barco y miró hacia el muelle para intentar localizarla.

—¿Se parece a ti? Entonces será llamativa… Espera, ¿ése no es…? —señaló al compañero inconsciente que antes había derribado Jacqueline, el cual se podía observar desde el barco.

No pudo decir nada más, ya que una de las flechas de la joven lo alcanzó. Se tambaleó unos segundos y tuvo la mala suerte de apoyarse demasiado en la barandilla, cayendo al mar. Jacqueline no sabía si estaba vivo o muerto, pero cruzó los dedos para que fuera un usuario de la Akuma no Mi y que se hundiera como un peso en el agua, para que ningún marine la siguiese más.

—Mala suerte, inútil —balbuceó, a pesar de que el marine no podía oírla.

Entró en el barco y se perdió entre la gente. Nadie advirtió la desaparición del guardia, pues éste sólo tenía órdenes de recibir a los pasajeros y volver al muelle después, no de embarcar. Así que Jacqueline consiguió relajarse de nuevo.

Y así fue como empezó su viaje. Con un golpe de… ¿suerte?