La ley del mínimo esfuerzo

Después de pasar un par de días en Loguetown, Jacqueline estaba aburrida, contemplando distraída el cartel de recompensa de su propia captura que llevaba siempre en el bolsillo. A veces tenía que recordarse que era una pirata y que su casi deber era unirse a una tripulación para sembrar el caos por donde pasara y esas cosas... Esas cosas de piratas. Aún así, no era tan fácil. La presencia Marina en Loguetown era más dura que nunca y tenía pocas oportunidades para pasear tranquilamente por la calle. Aunque por supuesto, siempre tenía un rato. Ningún marinerucho iba a impedir que siguiera visitando las famosas tabernas de aquel puerto a Grand Line, que tenían sake de varias regiones del mundo, muy exquisito, además.

Su recompensa había subido de 3,000,000 a 5,500,000 enseguida. Y eso era malo. Porque si pudiera, Jacqueline se vendería a sí misma para tener algo de dinero más. Aceptémoslo: estaba destinada a ser pobre, incluso aunque robara, se lo acababa gastando todo. Era parte de su naturaleza.

Finalmente, suspiró y bajó del tejado donde se encontraba. Era la hora de la comida, una perfecta para ir a pasear. Y, de paso, entrar a algún bar para almolzar y beber hasta saciarse.

Lo que Jacqueline no esperaba es que, durante el camino, se encontrara con marines. Generalmente, solían tomarse un descanso para comer ellos también (lo que permitía a los piratas que atrancaban en el puerto a esas horas ser afortunados por no haber sido perseguidos nada más llegar). Eran tres: dos hombres y una mujer. Estaban sentados en varios barriles, tocándose la panza y lo que no era la panza, con pinta de holgazanes y aburridos. Nada más divisarlos, Jacqueline puso cara de desagrado y deseó tener una capucha en su capa. Aunque eso también llamaría la atención... Finalmente, decidió pasar de largo sin mirarles, para intentar no llamar la atención. No era muy conocida y eso jugaba siempre a su favor.

Al ir acercándose, pudo oír la aburrida conversación de los marines.

-...y entonces Prom dijo que eras una torpe -relataba uno de los hombres, que por lo que se fijó Jacqueline, tenía una espada roja enfundada en la cintura.
-¡Eso es mentira! ¡Mentiraaaa! -lloriqueó enrojecida la única mujer-. ¡Yo no soy torpe! ¡Sólo descuida-da-da-da-daaaa!
-Rottemberg tiene razón. Yo dije eso, jejeje -vociferó Prom.
-No llores, Leia, mejor asúmelo.
-¡Nooooooo!

Y la tal Leia siguió llorando, como una cría.

Al final, Jacqueline llegó a su altura y pasó de largo, como tenía previsto. Sin embargo, una voz la llamó desde la distancia, alertándola.

-¡Eh, tú!

Se giró, para comprobar con horror que había sido uno de los marines. No obstante, no tenía la misma cara que aquellos que solían reconocerla por los carteles, algo poco común si le había llamado la atención. Extrañada, Jacqueline cambió la expresión y se acercó, indecisa.

-No te cobardees, niña, que no vamos a hacerte daño. ¿Ves? Somos marines. Los buenos -le dijo Rottemberg, al ver su indisposición.
-¡Él sí que es malooooo! -continuó Leia.
-Vale ya, llorica. Oye, chavala, ¿sabes de algún pirata que haya desembarcado últimamente?

Antes de que Jacqueline pudiera responder, con una mentira para alejarse cuanto antes de aquella situación tan peligrosa, Prom le interrumpió.

-¿Qué haces, Rott? ¡Ese es nuestro trabajo, jejeje!
-Precisamente, solemos llamar mucho la atención con estos uniformes tan feos. Seguro que el pueblo llano sabe más de lo que sucede por aquí y de dónde se esconden esos maleantes.
-Aaaaaaah, jejeje -entendió el otro.

-¿Y bien? -insistió Rottemberg.

Jacqueline saboreó la oportunidad enseguida. Aquellos marines, además de no darse cuenta de quién era, le preguntaban sobre otras bandas enemigas. ¡Y claro que ellas las conocía! Llevaba vagando por la ciudad lo suficiente para saber de tripulaciones de poca monta, capitanes asquerosos con los que pocos querrían viajar, y que no valían ni dos duros. Además, así se quitaba enemigos de camino a Grand Line. ¡Ni siquiera podía considerarse una traición! Al fin y al cabo, entre los propios piratas también estaban enfrentados en pos del objetivo mayor.

-Se rumorea por el pueblo que hay piratas atrancados en la orilla opuesta al puerto, con un barco chiquitito escondido entre la maleza -se chivó Jacqueline, de una de las bandas que le había molestado una vez en una taberna. Dulce venganza...-. Pero no le digáis a nadie que os lo he dicho yo... -añadió, interpretando su papel de aldeana preocupada por su seguridad.

Rottemberg asintió, entendiendo su aparente preocupación.

-Claro, pequeña. Tu secreto está a salvo con nosotros. Gracias por toda la ayuda y no te preocupes, libraremos a estas tierras de esos abominables piratas -y le guiñó un ojo.

Antes de que a Rottemberg se le ocurriera pedirle la dirección de su casa o su número de correo, Jacqueline asintió y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse cuanto antes. Apenas había dado un par de pasos, cuando volvió a escuchar un grito.

-¡Eh, tú!

Esta vez, había sido del tal Prom. Sostenía unos papeles en sus manos, que había estado examinando con fingida distracción, y ahora señalaba acusadoramente a Jacqueline como habían hecho otros tantos antes. Leia se asomó por encima de su hombro y soltó un grito de sorpresa al ver lo mismo que el hombretón había visto.

-¡Es ella, es ella! ¡Una pirata!

Rottemberg lo certificó de un solo vistazo y sonrió, mirando en su dirección. Se levantó y se postró frente a Jacqueline, a unos pasos de distancia.

-Vaya, vaya, qué buena actuación. Debo reconocer que me la había creído -murmuró Rottemberg-. Pero hasta aquí has llegado. Entrégate y...
-¿No hay algo que te estás olvidando, cabeza de alcornoque? -intentó salirse por la tangente Jacqueline-. Tienes a unos piratas al otro lado de la isla que se mueren por zarpar a Grand Line. Seguro que sus recompensas son mucho más jugosas que la mía.
-Entonces, ¿es verdad lo que nos has dicho?
-Claro, ¿por qué iba a mentiros? Ellos no son menos que nada para mí.
-Seguro que serías una excelente camarada -sonrió con sorna Rottemberg-. Sin embargo, me interesas más tú que esos piratas. Nos has tomado por idiotas, y nuestro deber para defender la honra marina es detenerte aquí y ahora.

Prom se rió entre dientes, como si le hubiese hecho gracia el comentario de Rottemberg, aunque en realidad era por otra cosa.

-En algo sí que tiene razón, jefe, jejeje. Su cabeza mucho menos que la de cualquier otro de los piratas que podamos encontrarnos, jejeje.
-¡Sí! ¡Ni siquiera merece la penaaaaa! -rió a carcajadas Leia.

Jacqueline, lejos de sentirse ofendida, rió con ellos, lo cual les cortó la diversión a su costa, al no comprender dónde veía la gracia la pirata.

-Bueno, malditos, qué graciosos sois -les soltó Jacqueline, secándose algunas lagrimillas-. ¡Al menos mi cabeza vale más que las tres vuestras juntas, y no tengo que lamerle el culo a ningún superior cada mañana!
-¡MALDITAAAAA! -gritó Leia.

Fue la primera en estallar. Se lanzó hacia Jacqueline, cogiendo impulso para golpear con una patada lateral. La pirata, que ya se lo veía venir, se agachó a tiempo, lo que provocó que Leia Piernas Locas perdiera el equilibrio y se precipitara sola hacia el suelo, sin necesidad de más ayuda. Sus compañeros, como es lógico, acudieron a secundarla en la batalla y pronto Jacqueline se enzarzó en una pelea con los marines, sin posibilidades de huida. Tampoco la necesitaba. Después de haberse reído de ella, quería darles una lección.

El siguiente en llegar hasta ella fue Prom Morgan Cruces Gemelas, debido a que Rottemberg estaba desenfundando su espada y era mucho más lento. Desde su posición en el suelo, Jacqueline, que ya lo había previsto, creó un muro en el último momento con su Écu improvisé y provocó que Prom golpeara su puño en toda la piedra del suelo de la calle. No tuvo suficiente fuerza para romperla, es más se llevó la mano herida al pecho, aquejado de dolor.

-Ay, ay, ay, jejeje -gruñía y reía, todo a la vez, de una forma muy rara.

El siguiente fue, por supuesto, Rottemberg. Jacqueline se lo esperaba, pero no le vio llegar debido a que el muro le había tapado de su misión. Esquivó a tiempo una estocada mortal de la espada rojiza del marine, pero no se libró del corte en la cara que empezó a sangrar. Se quejó de dolor, pero no se permitió pararse a lamentarse como Prom, sino que esquivó la siguiente rebanada y volvió a agacharse hacia el suelo, esta vez para ejecutar la Coud de Pied, con lo que no logró lanzarlo por los aires, hasta que le agarró por los hombros, al estar un poco mareado, y danzó con elegancia el Bon Voyage!, haciendo que impactara contra el suelo.

Lo que tampoco esperaba Jacqueline era que Leia la sorprendiera por la espalda cuando estaba sumergida en su combate contra Rottemberg, el que creía más peligroso por llevar el arma cortante. La patada por sorpresa le pilló desprevenida y Jacqueline saboreó el suelo, aunque a tiempo rodó y esquivó una patada descendente que golpeó en toda la piedra.

-Ay, ay, aaaaaaaay -se quejó en esta ocasión Leia, porque el suelo era más duro que su pie.

Jacqueline no desaprovechó y puso la mano en el suelo, a tiempo para crear la pared esférica entorno a Leia (que denominaría Enterrement, en su honor al ver los efectos), que quedó encerrada por todas partes. Desde dentro, se podían oír sus intentos para romper la pared, que era para su fuerza, impenetrable.

-¡Jolineeeees! -se podía escuchar si se pegaba la oreja a la esfera.

Una definitivamente menos. Jacqueline, sonriente, se giró hacia el siguiente: Prom.

Prom había empleado todo aquel rato para vendarse con unos rollos la mano enrojecida por el brutal golpe, ajeno a la suerte de sus compañeros, bien porque no le importaran, bien porque no se había dado cuenta de que llevaban las de perder. Por lo bajo, incluso canturreaba y reía, al mismo tiempo, como si fuera una labor del hogar que hiciera todas las mañanas, feliz y contento.

En cuanto terminó, levantó la mirada y se dio cuenta del panorama, al no ver a su compañera (pero sí una esfera desde la que llegaba su voz) y a su líder estampado contra el suelo.

No pareció importarle.

-¡Pero qué débiles, jejeje! -murmuró.

-Ya te digo, bobalicón -le secundó Jacqueline-. Pero a ver cuánto te dura la risa, que tú eres el siguiente.

Para cuando Prom se quiso dar cuenta, Jacqueline ya tenía una flecha preparada en el arco y le apuntaba directamente. A tan poca distancia, no falló el tiro que iba dirigido a su pecho, más concretamente, entre la clavícula y el hombro. Nada mortal. La pirata se había asegurado de ello. Prom volvió a quejarse de dolor.

-Y no tengo suficientes vendas, jeje... je...

Se desplomó en el suelo, con el brazo inmovilizado, y la risa aún desternillante tan rara y extraña característica de Prom Morgan Cruces Gemelas.

En cuanto Jacqueline se aseguró de que Prom también estaba fuera de combate, guardó el arco casi con una exasperada tranquilidad y se dispuso a marcharse del puerto, antes de que cualquiera de los marines se recuperara y quisiera ir en su búsqueda para vengarse. Ya había tenido suficiente diversión y la comida la esperaba.

-¡Un momento! -la sorprendió Rottemberg, que se había puesto de pie y a pesar de tener la cara ensangrentada, volvía a portar la espada con ferocidad.
-¿Quieres un autógrafo o qué? Aunque claro, supongo que no querrás uno de la pirata Don Nadie que te ha humillado, zopenco -sonrió sin disimulo Jacqueline.
-No puedo perder contra ti. Deshonraría a la Marina.
-La Marina fue deshonrada hace mucho tiempo, viejo, y no precisamente por mí -Jacqueline señaló en dirección al centro de la ciudad de Loguetown-. Desde que os dio por anunciar alegremente que ibais a ejecutar al Rey de los Piratas, el tiro os ha ido saliendo por la culata. Ningún pirata tiene miedo de vuestra presencia, porque somos tantos que no dais a basto. ¿Verdad?
-¿¡Y eso qué más da!? ¡Cuántos más piratas haya, más marines se alistarán! ¡Luchamos por la justicia, la...!
-... honradez, la seguridad, el dinero, los intereses políticos, bla, bla, bla. No me interesa. Sólo sé un poco listo por una vez y déjame marchar. Oculta a tus compañeros y nadie sabrá lo que ha pasado aquí. Conservarás la poca dignidad que te queda, mequetrefe.
-No puedo.
-Entonces, no hay nada más que hablar.

Rottemberg alzó la espada y corrió hacia ella, con la intención de tomar la ventaja por su afilada arma. Jacqueline, que era mucho más rápida y estaba preparada, la esquivó sin dificultad y dejó que intentara alcanzarla durante varios intentos más. Sin embargo, el marine no era tonto. Ya había visto los efectos de la Fruta del Diablo de Jacqueline y sabía cómo funcionaba. Creía que la pirata necesitaba tocar el suelo para manejarlo a voluntad, por lo que no le dejaba ninguna oportunidad para agacharse. Todos sus ataques iban dirigidos a mantenerla de pie para sobrevivir.

Jacqueline no tardó en darse cuenta. Sonrió, porque se le había ocurrido una manera de dejarle en ridículo, al estar tan confiado en su estrategia. Dejó que la arrinconara contra una casa próxima, y fingiendo que se hallaba acorralada, esquivó una última estocada y posó a su espalda las dos manos en la pared de piedra. Inmediatamente, ejecutó el Écu improvisé sobre ésta y un muro surgió, como si fuera una nueva pared adyacente a la otra, al lado de Jacqueline, golpeando al sorprendido Rottemberg, que cayó al suelo y se le escapó entre los dedos su arma.

La pirata no perdió el tiempo. Le dio una patada a la espada para lanzarla lejos y se acercó a Rottemberg, sonriente. Sin previo aviso, le dio una bofetada.

-No vuelvas a menospreciarme.

Dejó al malherido Rottemberg, que ya había recibido lo suyo, en el suelo y se dispuso a marcharse definitivamente al bar, como era su intención desde un principio. Jacqueline ya pensaba en la comida caliente y el sabroso sake, que podría degustar antes de que alguien encontrara a los marines y dieran la voz de alarma sobre su peligro. Aunque a juzgar por el bajo rango que disponían, seguramente ni siquiera le dieran importancia.

Aún así, antes de marcharse, se volvió de nuevo al líder de los tres, que seguía conmocionado por el duro golpe.

-Eh, niño, déjame darte un consejo -le llamó, como él se había dirigido a ella desde el principio-. La próxima vez que un pirata solitario y sin mucho valor te dé la dirección de una pieza mayor, haz el favor de hacerle caso y no meterte en líos. Y eso. Sed buenos.

Riendo con sorna por el último comentario, se fue corriendo finalmente, sin mirar atrás a la escena que había dejado en poco tiempo.