Una tempestad en forma de fruta

Tan pronto como había cumplido mi primera misión, en Yerom, ya se me había encargado otra que se encontraba en un ámbito distinto, pues no involucraba, al menos directamente, a la Marina.

Por fin, el barco revolucionario llegó a tierra, y de un salto, bajé de él. Me encontraba sobre una isla de desafortunado pero adecuado nombre con respecto al clima de aquel lugar: Isla Tempestad. Si bien era cierto que nunca antes había tenido ocasión de visitarla, era innegable que aquel lugar era conocido en todo el West Blue por su espantoso tiempo. De hecho, este era el causante de su misión, pues parece ser que aquella isla era víctima de inundaciones semanales, y de lluvias diarias y constantes. Esto último quedaba confirmado, pues en aquel momento, llovía.

-Oye, ¿ten cuidado vale?,¡ pero recuerda que debes proteger a estas gentes!– me gritó mi compañero desde el barco. – Descuida, tú solo preocúpate de venir por mí cuando acordamos. Y tranquilo, que por lo menos, de sed no voy a morir-. Una pequeña carcajada por parte de él me bastó para confirmar que me había escuchado. Mientras me adentraba en la isla, pude el sonido del barco alejándose del lugar.

"Desde luego, la Armada Revolucionaria hace más por la gente que el mismísimo gobierno".La escasez de revolucionarios y la cantidad de misiones que tenían que realizar, condujeron a que el joven tuviera que implicarse mucho en todos los planes de la Armada. Este era un buen ejemplo, pues él solo se tenía que encargar de que un sector de la isla tempestad no sufriera mucho a causa de las inundaciones, previstas para dentro de tres días.
Aunque sabía que no iba a ser demasiado complicado, sí que creía que esto es muy importante, pues estaba en juego la vida de muchas personas.

Tras llegar al pueblo, pude observar que las calles estaban siendo cavadas, a modo de canales. "Vaya, que buena idea aunque, parece que les falta bastante". No tardé en advertir que todas las personas que estaban trabajando bajo la intesa lluvia eran mujeres de todas las edades. Al poco, todas las miradas se posaron en mí.

Todo el mundo había dejado de trabajar para contemplar a aquel forastero, parecía que no solían recibir visitantes muy a menudo. - Perdonen, eh, mi nombre es Lleid Leteo, y he venido aquí para ayudarles en sus trabajos para evitar la inundación de dentro de tres días-. Tras estas palabras, la gente del pueblo se dirigió hacia mí con caras alegres y empezaron a hablar todos a la vez. Una voz se alzó sobre las demás: -Perdona pero, tenía entendido que el gobierno no iba a enviar a nadie- exclamó una mujer de unos 30 años de gesto serio. El pueblo enmudeció - y, ¿cuando he dicho yo ser del gobierno?, si mal no recuerdo, dije que estaba aquí para ayudar y nada más-

Le gente hizo gestos que parecían de extrañeza mezclada con algo de temor - ¿y por qué iba alguien a hacer eso?, además, si esas son tus inteciones, ¿por qué vienes armado?-. Reparé entoces en que tenía mi jutte en la espalda, y decidí ofrecérselo por el mango - si esto te preocupa, puedes tomarlo, lo habría arrojado al suelo, pero está embarrado- dije sonriente.

La mujer y todo el pueblo parecieron sorprenderse de aquel gesto. Justo entonces una voz exclamó - No me lo puedo creer, ¿acaso no eres tú el Sheriff?-. Miré al lugar del que procedía la voz: era una mujer rubia, de unos veintipocos años que había surgido de entre la multitud - - ¡Sí que lo es, no hay duda!, escucharme todos, este hombre es la máxima autoridad en una isla del West Blue. En una ocasión tuve la suerte de ver como acababa con un trío de piratas utilizando para ello ese mismo jutte. ¡Hemos de sentirnos afortunados de que haya venido aquí!-. Tras decir estas palabras, la gente empezó a hablar, esta vez de una manera más tranquila y alegre diciendo cosas como - ¡ah, sí!, yo lo he reconocido nada más verlo, pero me daba vergüenza decirlo -.

De pronto, la mujer del principio me arrojó lo que parecía una azada y me dijo: - De acuerdo, puedes ayudarnos, pero te estaré vigilando día y noche - . Con una mano agarré la herramienta mientras que sostenía mi arma en la otra. - bueno, ¿esperamos a alguien más?, porque no se ustedes, pero yo tengo unos canales que cavar - la gente volvió a sus puestos riéndose por el chiste, pero la chica que me había reconocido se dirigió a mí - perdónala pero, al estar nosotras solas en todo el pueblo, ella se muestra muy protectora con este lugar, pero ya verás como, al igual que todas, agradecerá tu ayuda - . - No busco agradecimiento, solo quiero echaros una mano - nos sonreímos mutuamente, me guardé mi jutte y me puse manos a la obra.

Los días previos a la inundación transcurrieron tranquilamente y sin ningún contratiempo, aparte claro está, de la persistente lluvia, que era cada vez más fuerte y no se detuvo ni por un momento. De tanto en cuando tenía que responder a la típica pregunta de por qué estaba allí en vez de con su pueblo, a la cual respondía siempre alegando que todo el mundo, y en especial los habitantes del mar del Oeste, eran mi gente. Hasta Samanta, la mujer a la que había ofrecido mi jutte parecía tener más confianza en mí. Por las noches, organizábamos cenas conjuntas, en las que me explicaron que todos los hombres del pueblo habían salido a la mar como piratas, a convertirse en Marines o simplemente se habían ido a la mar. No era de extrañar que no hubiera ni un solo hombre, pues la población aún contando con los que faltaban, no pasaría de ochenta habitantes.

Por fin llegó el tercer día, en el que poco a poco y desde temprano el pueblo comenzó a inundarse debido a las torrenciales lluvias. El trabajo duro de todos sumado a la veteranía de algunos habitantes y a algún que otro pequeño consejo por parte del recién llegado, pues como amante de la ciencia algo sabía de dinámica de fluidos, consiguieron que no hubiera ningún problema. Sin embargo, un grito súbito de una niña llegó de pronto a oídos del pueblo al completo.

Todo el mundo se sobresaltó por culpa de aquel repentino grito. Apenas giraron sus cabezas para enfocar el lugar exacto de procedencia, un segundo grito se escuchó, aunque este era una frase que exclamaba: - ¡Clara!, ¡por favor, que alguien salve a mi hija! -.

Fui el primero en reaccionar, e inmediatamente me despojé de mi chaqueta y con ella de mi única arma. Como el grito provenía de una parte más elevada de la calle, fue cuestión de tiempo que por aquel torrente formado por la tormenta apareciera una niña siendo arrastrada por el mismo.

Apenas conseguí quitarme las zapatillas para acto seguido zambullirme en aquella peligrosa corriente. Justo atrapé a la niña, que se agarraba fuertemente a lo que parecía una pelota de color blanco.

Todo sucedió muy deprisa, por lo que lo único en lo que pude pensar fue en agarrar a esa niña con todas mis fuerzas y ponerme a contra corriente. Poco a poco, yo intentaba salir de aquel torrente infernal por uno de los lados de la calle, pero estos estaban vallados con tablaos de madera que habíamos estado poniendo los días previos para que las casas no se inundaran. – Bien, tú sujétate a lo que encuentres bien fuerte cuando te suelte, ¿lista?, a la una a las dos y a las... – haciendo uso de todas mis fuerzas, levanté a aquella niña por encima de mi cabeza para que se agarrara a un borde. Lo consiguió, sin embargo yo tuve que soltarla para evitar que la arrastrara de nuevo conmigo.

Me mantuve en aquella corriente poco más de un minuto sin oponer resistencia, pues sabía que sería inútil. Finalmente, conseguí sujetarme a una esquina y poco a poco, salí de la calle.

El pueblo entero aplaudió mi actuación, y la madre de la niña, que resultó ser la joven que me recibió de tan buena gana en el pueblo, me propició un sonoro beso en la mejilla. Aquella noche se celebró un magnífico banquete para celebrar que habían pasado la hasta ahora una de las peores inundaciones de los últimos 10 años en isla Tempestad. Al día siguiente el pueblo entero amaneció prácticamente a mediodía, y no fue hasta pasada la hora de comer que Clara nos contó que no se había caído por error en la corriente, sino que intentó coger un extraño objeto que flotaba en el agua de color blanco. – Sí, yo vi que tenía como una especie de balón entre sus brazos mientras nos arrastraba la corriente - - ¡Menos mal que esa cosa flotaba, porque no es que tú nades precisamente bien hija mía! – Su madre intentaba hablar lo más estrictamente que podía, pero estaba tan contenta de que todo hubiese salido bien que apenas lo conseguía.

Cuando Clara nos dijo que aún conservaba aquel objeto y nos lo trajo, reparé en algo que no había podido apreciar antes – pero, ¿esto no es? – solo unos pocos del pueblo se dieron también cuenta de que aquello no era otra cosa que una fruta del diablo.

Se montó un gran revuelo en el pueblo, pues todos querían ver aquella rareza de nuestro mundo, pues una akuma no mi no es algo que se pueda ver todos los días. La voz de la madre se alzó - ¡es una señal!, Lleid, por favor, toma esta fruta como un obsequio por mi parte. Sé que te sonará extraño, pero tengo la sensación de que además esta fruta te pertenece -

Al principio me negué, pues el elevado precio que una nuez de Belcebú alcanza en el mercado le sería al pueblo de gran ayuda, mas no hubo mucha discusión: todo el mundo estaba plenamente convencido de que aquello era mi propiedad, tanto por el hecho de que parecía que la fruta me había buscado a mí como de que según ellos era mi “recompensa” por todo lo que había hecho.

“¿Qué tendría que hacer con ella?, lo lógico parece comérsela, seré único….pero claro, si la vendo podré ayudar a esta gente y a la revolución. Pero a lo mejor, si la vendo acabe en malas manos, y si resulta ser poderosa, eso no me conviene…creo que el mejor uso que le puedo dar es ingerirla, ¡en nombre de la libertad y la auténtica justicia! “

Al principio la agarré y la estuve observando durante medio minuto, pues era muy interesante a nivel científico. Era ovoidea, de un color muy blanco y estaba húmeda y blanda. Entonces, le di un mordisco “¡Puaj!, está muy amarga, como si fuese una bellota sin madurar” noté que tenía una piel, pero aún así decidí comérmela. Tardé unos 6 minutos en acabarla, pues aparte de ser la peor comida que he probado, también era grande: 25 cm de diámetro.

Todo el mundo empezó a mirarme y a decirme que hiciera algo extraordinario, pero por más que lo intentaba, no conseguía nada. –Bueno, ya lo averiguaré, de momento, lo que si que tengo es un pequeño resfriado- acto seguido estornudé y una especie de ráfaga de viento acompañó mi estornudo, pero fue muy raro, pues ese aire no lo había expulsado por mi boca, sino que toda mi cara lo había hecho. En efecto, mi cuerpo era capaz de liberar aire a presión cuando yo lo desease. Descubrí que mi camiseta interior que llevaba ceñida al cuerpo era tremendamente transpirable, lo que permitía el paso de aire a través de ella.

Tras aproximadamente una hora después de comerme aquella fruta, recordé que mi compañero estaría esperándome en la playa, bajo la lluvia, por lo que me despedí de todo el mundo y me fui. Pero esto no acaba así, pues aquella misión, y más concretamente aquel fruto que comí, cambiaría mi vida para siempre.