Infancias felices

Spoiler:

Visualiza un bosque. Adórnalo con árboles esbeltos y perfectos, cincelados por un pintor profesional que se debió de encargar personalmente de cada uno, pues tal es su belleza que no puede ser explicado de otra forma. Una vez lo tengas, añade colores claros, no demasiado salvajes, sino delicados y suaves. Y por último, imagina burbujas y pompas que continuamente flotan del suelo, salidos al parecer de la nada, y que vuelan hacia el cielo, siendo deslumbrados por los rayos del sol, provocando multitud de colores brillantes en su superficie.

Precioso, ¿verdad?

Así era el lugar donde dio sus primeros pasos Aile D. Jacqueline. Vivía con su madre en una cabaña del bosque, cercana y alejada de la ciudad al mismo tiempo, pues Hana sabía que no debía llamar la atención, sobre todo con una hija con alas de ángel. No obstante, al mismo tiempo, tampoco quería internarse mucho más allá, por miedo a los bandidos y a los secuestradores.

En aquel entonces, Jacqueline tenía cuatro años. Cada día, salía al bosque y se perdía un rato por él, siendo advertida siempre por su madre de que no se adentrara mucho. En realidad, no le hacía caso, porque ella quería verlo entero. Era demasiado pequeña para notar los peligros que había en aquel lugar tan hermoso.

Jacqueline llegó hasta un claro y se sentó a la sombra de un árbol, cansada de trotar desde hacía horas por el bosque. Aquella era una parte nueva para ella, y por el ruido de los alrededores, estaba cerca de una de las ciudades. Quizá del parque de atracciones. En cualquier caso, lo ignoró y sacó su cuaderno y sus lapiceros. Hacía poco tiempo que había aprendido a escribir y practicaba todos los días, sin nada mejor que hacer.

Porque no tenía a nadie, salvo a su madre, y ella no podía comprenderla. La niña puso mala cara al recordarlo y se esforzó por transcribir al cuaderno todo lo que había visto aquel día de nuevo en el bosque.

Habíamos ido de vacaciones, según padre y madre para ir a limpiar nuestras plumas; así mi mantito de plumas estaría más bonito.

Poly contaba con la edad de cinco años, y medio, casi seis; hacía días que habían partido volando desde el shouth Blue volando elegantemente sobre las tormentas, sobre el ciclón, repostando en cada isla que pasaban, pero finalmente llegaron a su destino.

Empeñados, sus padres dejaron a Poly ( cuyo nombre es en dicho tiempo K"wah¡) en un bosquecito cercano, ya llamaban la atención sombras que volaban por los esponjosos cielos del conjunto isleño. Ahí la habían dejado, se sentía algo sola, pero sabía que no debía acercarse a los humanos; se la comerían si lo hacía.

Ataviada con un manto de plumas entrelazadas con hilo y una mascara de madera simulando la cabeza de un pájaro (de bastante mala calidad) reposaba en uno de los arboles más altos, intentando camuflarse, sin moverse; hasta que algo llamó su atención. Una chica con cabellos de cielo había se había sentado en el pie de un arbol, con extraños utensilios... manejandolos sobre aquel cuadrado blanco... creando huecos negros, incomprensibles dibujos negros.
Una niña con cabellos de cielo no podía ser mala, el cielo es bueno... pero la caída podía ser siempre mortal.


Poly, o mejor dicho K'wah ¡ se acercó silenciosamente entre los arboles, algo que tenía demasiado en practica por desgracia, hasta colocarse en el mismo arbol, bocaabajo agarrada con sus fuertes pies, o como ella los llamaba, garras, intentando vislumbrar algún sentido en esos garabatos.

Y aunque no lo sabía, la savia de aquel árbol, de gran densidad estaba provocando que se acercara centímetro por centímetro cada vez más a aquel papel, estirándose, cual goma elástica, hasta que llegó un momento que el pico de madera asomó por el rabillo del ojo de la niña peliazul.

Spoiler:

[…] Los malos se llevaron al chico. Su cabeza era de 30, 000,000 algo, pero los malos dijeron que era muy débil. Y se instalaron en…

Jacqueline describió con su burdo vocabulario, letra y expresión de niña lo que había visto horas atrás en el bosque: la captura de un maloliente pirata borracho por parte de unos cazarrecompensas, a los que su madre llamaba siempre “malos”, término que la niña había adquirido, al no saber escribir el otro.

Sonrió, felicitándose por su avanzado aprendizaje del lenguaje, aunque aún estaba lejos de ser comprensible y adecuado. Y estaba tan sumergida en su trabajo que, únicamente al desconcentrarse cuando se dio cuenta de que había olvidado un par de tildes (aunque faltaban muchas más por poner), se percató de la presencia de una especie de pico encima de su cabeza.

Obviamente, su primera reacción fue de sorpresa. Saltó, chocando con la otra persona bocabajo, soltando la libreta y cayendo al suelo, cada suceso de uno en uno. Se frotó la cabeza con una mueca de dolor, sin saber dónde había dado, y luego miró para arriba, para identificar el origen.

—¡¡AAH!! ¡Un pájaro! —chilló. Los pájaros no le daban miedo, pero como nunca le había atacado ninguno, pensaba que eran inofensivos.

Poco a poco, fue comprendiendo su error. La persona en cuestión, de edad similar, a pesar de estar colgada de una rama, tenía forma humanoide, dos ojos demasiado verdes para ser de un pájaro y ropas que, aunque parecían diseñadas para disfrazarse de animal, eran sin duda obra de hombres.

—¿¡Quién eres tú!? —exigió saber Jacqueline.

El choque provocó que la disfrazada temblara , simulando una pera de boxeo ( la cosa que le das y rebota); intentando subir sin mucho éxito debido a que la goma se estiraba más y más, optó por brincar hacia el tronco del árbol, agarrándose con pies y manos, o como ella hubiera preferido, alas y garras.

Sabía que la huida solo provocaría una persecución, y luego que se la cenaran; aunque no fuera verdad creía firmemente en ello. Simplemente se quedó enganchada en el tronco, mirándola con curiosidad amedentrada por el miedo. La mirada rápidamente se desvió para dejar de prestar atención a la niña, fijándose en el objeto inicial de su curiosidad; el amigo cuervo había enseñado que si lo que querías podías cogerlo, cogerlo debías y correr sería lo que de seguido harías.

Saltó, rápida, veloz, agarrando con las "alas" el cuaderno y los lapices de cera, moviéndose lo más rápido que sus pies le permitían, aunque debido a la resina aún presente en sus pies... se callo de boca.

El cuaderno salió por los aires, dando a parar a una rama alta, de un árbol aún más alto. Algún quejido de dolor salía de aquel amasijo de plumas, mientras algunos retazos de la máscara caían, dejando entrever medio de su rostro de infante.

La niña-pájaro se quedó enganchada en el árbol, sin mediar palabra con Jacqueline, ni responder a ninguna de sus preguntas. La pequeña, obviamente, se encolerizó al sentirse ignorada.

—¡Oye! ¡Te he hecho una pregunta, paj…!

Antes de que pudiera terminar la frase, la niña-pájaro saltó repentinamente del árbol y se abalanzó literalmente sobre la libreta y los lapiceros, que habían quedado dispersos y abandonados por el suelo, olvidados por Jacqueline, que sólo tenía ojos para esa persona non-grata que la había interrumpido. No obstante, al ver cómo cogía sus cosas e intentaba huir, dejó de pensar en nada más y corrió detrás de ella para alcanzarla.

—¡Eh! ¡Eso es mío! —chilló.

Acto seguido, la niña-pájaro cayó de bruces al suelo, y Jacqueline, que iba detrás, con ella, aplastándola por un momento hasta que consiguió retirarse. La ignoró por unos instantes, mientras se concentraba en la búsqueda de sus pertenencias. Al localizarlos en la rama de un árbol, soltó un bufido.

—¡Mira lo que has hecho! —le espetó.

Aún enfadada, pero pensando en que lo primero era recuperar lo que era suyo, se acercó al árbol e intentó trepar por el tronco, sin éxito, ya que no encontró ningún punto desde el que agarrarse, y las ramas estaban demasiado altas para serle de ayuda.

Jacqueline soltó una palabrota que había aprendido de los bandidos del bosque, frustrada. Luego, volvió a intentarlo, y otra vez, y otra vez…

La chica pájaro se sentó en el suelo, limpiando como podía sus pies-garras en la hierba del claro; mientras tanto, observaba como la chica-cielo era incapaz de trepar simplemente a un árbol, y lo que fue de mayor asombro; También, en cierta manera era una chica-pájaro, pues en su espalda reposaban dos pequeñas, y aunque insuficientes para volar, seguían siendo alas. Aquello captó la atención de K"wah... pero ahora que había intentado "tomar prestado" una de las pertenencias de otro pájaro seguro que no le permitiría hablar con ella y preguntar; al fin y al cabo ella era un pájaro sin plumas, y la chica cielo, unas alas sin pájaro.

La reprimenda en forma de frase solo provocó que bajara la cabeza, aunque no entendía lo que le había dicho, siempre había sido muy intuitiva; se levantó, acercándose al árbol, firmemente, y como le habían enseñado, como había ya años de por practica aprendido; se fue alzando por el árbol, hasta llegar a las ramas, entre las cuales brincaba hasta llegar a su premio. Cogió el cuaderno y los lápices que tardó varios vistazos en encontrar, desperdigados por las ramas y bajó; al lado de aquella extraña chica-cielo-no-pájaro-pero-pájaro. Tendiéndoselos con las "alas".

Tras numerosos esfuerzos frustrados, Jacqueline se dio por vencida. Era imposible para ella llegar hasta una rama tan alta, por lo que tendría que buscar otra forma de alcanzarlos. Y si ella no podía llegar a sus pertenencias… ellas tendrían que bajar hasta la niña. Así que se dispuso a buscar algunas piedras para intentar lanzarlas, cosa que, esperaba, fuera suficiente.

No obstante, antes de que pusiera en marcha su nuevo plan, la niña-pájaro se adelantó y trepó por el árbol. Jacqueline iba a chillarle otra vez, pensando que quería robarle y marcharse de nuevo, pero calló rápidamente al ver cómo volvía para entregarle sus cosas. Puso mala cara, sin estar muy convencida, y cogió los objetos que le tendía.

—Gracias —refunfuñó, recordando la última vez que su madre le pegó en la boca por no darlas. Aunque no tenía del todo claro si las merecía o no.

Jacqueline se cruzó de brazos, esperando que la niña-pájaro se disculpara. Pero al ver que no decía ninguna palabra, ni la había dicho en ningún momento, decidió ser la primera en romper el hielo.

—¿Quién eres? —preguntó, dubitativa.

Los sonidos que realizaba esa chica-cielo-no-pájaro-pero-pájaro eran extraños, parecían también como los usaban en su isla origen, pero no iguales. Parecía que esperaba algo, y luego una pregunta; incomprensible para la mente de aquel que no sabe el lenguaje humano, adivinable quizás, pero no por ahora.

Simplemente la observó, mientras giraba la cabeza cada pocos segundos, como sus padres hacían, como le habían inculcado, para observar mejor, cual verdadero pájaro. Acto seguido se movió rápidamente hacia la diestra, para enfocar su mirada a aquellas dos pequeñas alitas, mientras el pico las señalaba, curiosa, sin entender palabra... y más curiosa aún. Repitió este gesto un par de veces, para hacer claro su interés por esas plumas de la espalda de la chica cielo.

OFF: No puedo hablar XD. Que entretenido va a ser esto solo describiendo.

Spoiler:

Nuevamente, la niña-pájaro no respondió a ninguna de las preguntas de Jacqueline. La pequeña volvió a poner mala cara, hasta comprender que quizá era extranjera. Claro, no era nada extraño que gente de muy diversas partes del mundo llegara al Archipiélago Sabaody cada día. Probablemente procediera de algún país donde se hablara otra lengua o dialecto.

—¿No serás muda, no? —enarcó una ceja, al ocurrírsele la posibilidad.

Sin embargo, como la niña-pájaro no movió la cabeza afirmativamente, Jacqueline se quedó con su anterior hipótesis y decidió intentar la comunicación por otro camino.

—Jacqueline —y se señaló significativamente a sí misma. Luego, volvió a repetir el gesto—. Jacqueline.

Esperaba que aquella niña-pájaro también se presentara, aunque fuese en su propia lengua, pero lo que hizo fue mirar a la espalda de Jacqueline. La muchacha, al girarse y no ver nada extraño, acabó deduciendo que lo más raro de allí podían ser sus alas.

—Son mías —aclaró instintivamente. Luego, recordó que no entendían el mismo idioma, así que agarró la punta de un ala y se señaló a sí misma—. Son reales y mías, no de pega.

Ahora parecía entenderlo, aquella niña-cielo poseía el nombre de Jacqueline; así que también pasó a presentarse.
- K"wah, K"wah.- parecía más que un nombre el graznido de un ave, pero así son los nombres en los idiomas pájaro; al hacer esto se señaló con ambas alas, curvandolas encima de su cabeza, insistiendo en que ese era su nombre. La niña-cielo, Jacqueline fue observada en todo el proceso de verificación de la propiedad de las alas, con insistencia y curiosidad.

Seguro que esta niña era un pájaro, y al pasar tanto tiempo con cosas humanas, se está convirtiendo en cosa humana.

Al llegar a ese razonamiento, la cara de la disfrazada se petrificó.
- Wkil kwehn baka pio pio¡- Traducción: !Tienes que venir conmigo¡, la niña pájaro cogió la mano de Jacqueline, tirando levemente de ella, guiándola siempre que no opusiera resistencia a donde deberían estar sus padres. Aunque para ello deberían pasar un largo y tortuoso camino.

La niña-pájaro, al comprender el nombre de Jacqueline, hizo lo mismo y se presentó. O eso pensó la pequeña ángel, por sus movimientos y por la misma repetición que había hecho antes.

—¿Keawai? ¿Kiguay? ¿Kewaj? —tras intentar pronunciar el extraño graznido que había hecho varias veces, desistió. En silencio, Jacqueline la bautizó como “K” simplemente, para simplificar.

Entonces, comenzó a hacer movimientos raros con los brazos-alas. Jacqueline, que no entendía nada, se sorprendió cuando comenzó de nuevo a chillar (en realidad, graznar), en aquel idioma tan extraño. Luego, la niña-pájaro tiró de ella en una dirección que a Jacqueline no se le antojaba familiar. Pensó en su madre, que debería de estar esperándola. No obstante, la muchacha sentía demasiada curiosidad como para regresar tan pronto a casa.

—¡Vale, te acompaño! —decidió Jacqueline, dejando que K la guiase.

¿Se dejó llevar, pero quien demonios se deja llevar por un disfrazado, que ni sabe tu idioma?
Narrador, dos cosas, una limitate a hacer tu trabajo, y la otra es que es una niña.
(suspiro) Y así, aquellas pobres incoscientes partieron en busqueda de los padres de K"wah, o como había sido rebautizada K.

Todo parecía tranquilo,pero al contrario, hacía momentos uno de los "perros" de un Tenyurubyto había escapado. Y las acechaba desde hace rato... antes de que llegara K, ya había puesto su vista en aquel exquisito bocado, incosciente de que en pocos minutos su collar lo mataría, solo sentía el hambre de días de inanición.

-...-K, paró, había escuchado algo, giró su cabeza, no le gustaba mucho estar en el suelo, es peligroso estar en el suelo. Pero no podía verlo, y estaba ahí, el "perro".

Spoiler:

Jacqueline corrió junto a la niña-pájaro, sin saber ni siquiera adónde iba. ¿Qué más daba? Conocía aquellos bosques, quizá no tan bien como le gustaría, pero sabía guiarse por ellos. Vería algo nuevo, puede que incluso más impresionante que una extraña niña vestida de pájaro que hablaba en un idioma de graznidos, y regresaría a casa para la cena. Su madre la regañaría, pero sinceramente, ¿algún niño pequeño piensa en eso antes de evadir las obligaciones de sus padres?

Cuando K paró repentinamente, Jacqueline tardó un poco más en reaccionar. Observó el lugar, sin percatarse de la situación, ni entender porqué la había llevado hasta allí, pues la niña pensaba erróneamente que aquel era su destino, aunque no tenía nada en particular.

—Oye, ¿por qué me has traído a…?

Antes de que pudiera finalizar la frase, se giró y vio por primera vez al “perro”. Jacqueline nunca antes había visto un monstruo y desde luego, aquel era uno. Se sobresaltó y estuvo a punto de caer al suelo del espanto, pero logró sostenerse.

—¿¡Qué diablos es eso!? —exclamó con una vocecita chillona.

El “perro” gruñía, con una expresión de muerto de hambre que se notaba desde el otro extremo del Archipiélago. Las niñas no necesitaban ser más mayores para comprender qué quería de ellas el peligroso animal.

—¡Corre! —gritó repentinamente Jacqueline, al notar cómo el chucho flexionaba las patas para abalanzarse sobre ellas. En caso de que K no reaccionase, la agarraría de la mano y saldría pitando con ella, en un vano intento de huir.

Había visto monstruos, demonios, cosas humanas realmente horrendas, pero... no sabía que era eso, esos ojos... tan llenos de hambre, dolor, sufrimiento... una pregunta se plasmó en el cerebro de la chica-pájaro. ¿Porqué?

Al no haber la reacción de huía iba a morir... pero un angel, la salvó, tirando de ella, hacia la vida.

Los dientes de la bestia se cerraron cortando algunas de las plumas sin agarrarlas, mientras K, se giraba, mirando a su salvadora, que aún con el miedo en la cara relucía, magníficamente pura, buena, no como las otras cosas humanas... pero al fin y al cabo, ella no era una cosa-humana.

La persecución seguía, era demasiado rapido para aquella dos niñas, y aún así, K prestaba más atención a su salvadora que a la propia persecución. El aprecio, la deuda, el remordimiento que ocurría sin duda si le pasaba algo a su salvadora... emociones demasiado humanas... demasiado.

- !K"orre¡- sabía que acabaría por alcanzarlos, así que simplemente se soltó, girando sobre si misma, lanzandose contra las fauces de la bestia, ahora cerradas, en un vano intento por distraerla y conseguir que la única persona... la primera persona que le había importado, la primera persona a la que a ella había importado, viviera.

Aquel perro movía la cabeza, incapaz de sacar a aquella niña de sus fauces con las garras que no le llegaban, intentando zafarse, para comérsela.

Pronto comprendieron que el perro era demasiado rápido para ellas. Poco a poco, el espacio entre ambos se iba estrechando y el chucho rugía con más fuerza, ansioso por pegarles un mordisco a sus presas.

Jacqueline, asustada, no podía pensar en ninguna otra salida. Se habían alejado de las poblaciones y nadie podría escuchar sus gritos. Y aún en el caso de que algún bandido lo hiciera, no sería lo bastante estúpido para acercarse. Trepar a los árboles tampoco era una opción, pues las ramas estaban demasiado altas, y aunque K parecía ser capaz, probablemente no pudiese cargar con las dos con la suficiente rapidez para escapar de las fauces del perro. Incluso en aquel espacio tan abierto, Jacqueline se sentía acorralada por la bestia.

Entonces, de repente, K se soltó del apretón y dio media vuelta, lanzándose contra el perro. Jacqueline paró de inmediato, girándose para ver lo que hacía la niña-pájaro, incrédula. ¿Luchar? Pero, ¡ella no sabía luchar! ¡Sólo era una niña!

No obstante, Jacqueline comprendió que le estaba salvando la vida. Si hubiesen seguido corriendo, habrían muerto sin duda. Por lo que sólo les quedaba una opción: luchar por su vida.

—¡Eh, tú, déjala en paz! —le gritó al perro, aunque era K quien lo agarraba, para que no pudiera emplear sus fauces. Jacqueline cogió varias piedras del suelo y se las lanzó a las patas que intentaban apartar a K se de hocico. Cuando se quedó sin ellas, agarró con fuerza la última y se abalanzó para golpearle con ella directamente.

En mitad de la desesperada pelea, varios pitidos procedentes del collarín del perro sobresaltaron a todos. Con cada segundo que pasaba, los pitidos iban haciéndose más urgentes…

Y entonces, simplemente sonó... y todo se volvió negro.

El camino era negro, los arboles se troncharon, mientras dos figuras permenecían en el suelo, cercanos a un lagarto recien asado. La explosión había sido tan brutal que podía haberse escuchado a kilometros a la redonda... cuanto más grande era el collar, más grande era la explosión.

Pero no podía dejarla ahí... haciendo acopio de sus fuerzas, las quemaduras no eran nada de lo que preocuparse, el dolor pasó a un segundo plano, su misión era salvarla.
Se acercó a ella, aún respiraba, pero no parecía muy bien, por suerte no le había dado suficiente tiempo para acercarse a impactarle con la piedra, y la explosíon no le había acertado de lleno. Se la acarreó a la espalda, mientras en su mente solo una idea estaba.
Salvarla, salvarla...

Pronto volvieron a aquel claro... pero aún quedaba camino hasta las cosas humanas... allí... debían ocuparse de ella, en un nido de madera... la vista se le emborronaba... mientras la sangre empezaba a brotar de sus heridas , manchando el suelo, sus plumas y a ella. A veces, el paso había de hacerse más lento, las rodillas se resentían, y caía, pero aguantaba el golpe con la cara con tal de que no se cayera su preciada carga.
Salvarla, salvarla...

Jacqueline estaba a punto de golpear al perro con una burda piedra cuando sucedió. Primero escuchó el sonido, el último pitido del collar, más fuerte y grave que los anteriores. Luego, el dolor. Una onda expansiva que la rebotó del animal. Y antes de llegar al suelo, la oscuridad se cernió sobre ella y cayó inconsciente.

Si hubiese podido pensar, habría creído que estaba muerta. Pero, inconsciente, ni siquiera su mente creó sueños o pesadillas con los que atormentarla.

Al despertar, Jacqueline creyó que todo había sido un sueño, pues se encontraba en su cama, y una sensación de soñolencia se iba apoderando de ella. No obstante, terminó de despertar cuando su madre, Hana, la golpeó con una sartén en la cabeza.

—¡Mala hija! ¡Mira que te dije que no te alejaras mucho, idiota!

Tras la pequeña reprimenda, su madre, adoptando la misma mala cara que heredaría su hija, se marchó a la cocina para seguir cocinando, con la misma sartén que había usado más de una vez para aporrear a la pequeña. Jacqueline, por su parte, al recordar todo lo que había sucedido, se fijó en la nueva figura que reposaba en la cama de su madre, la niña-pájaro. Estaba vendada de arriba abajo, pero Hana había respetado al menos esos ropajes tan extraños y no se los había quitado.

—¡K! —exclamó Jacqueline, zarandeándola—. ¡Despierta, K, estamos a salvo!

Aún no entendía muy bien qué había pasado, y cómo K no hablaba su idioma, probablemente no pudiese saberlo nunca.

Incosciencia es la palabra, e incosciente se quedó, terminando dando un chocazo contra la puerta, a modo de llamada, mientras se desplomaba en el suelo.

Cuando recuperó la consciencia, el dolor la inundó, estaba siendo zarandeada, pero al menos, zarandeada por ella. Simplemente empezó siendo una mueca de dolor, para convertirse en una sonrisa, feliz. Intentó alargar su mano hacia ella, pero simplemente no se movía, era demasiado el dolor como para hacerlo.
-...kiwi na...- Estás bien...

Pero entonces hizo algo que no había hecho hace mucho, empezo a reirse... una leve risa, simplemente eso; pero significaría mucho más... mucho más. Cuando terminó de reir, el sonido de unas aleteo gigante golpeó la estructura, y un ojo de enormes proporciones se asomó por la ventana, en el, un pico, una madre buscando a su cría.
- ¿K"wah?- insistía la madre, había abierto la ventana con cuidado, pero las cortinas se habían caído, algo que la señora de la casa seguramente no le gustaría.

La niña-pájaro se despertó, pero extrañadamente, con una sonrisa en la cara. Y de repente, comenzó a reír. Jacqueline, que no entendía nada, dejó de zarandearla al comprender que estaba despierta y la observó con cara rara, sin saber qué se suponía que hacía tanta gracia.

Entonces, un pico se asomó por la ventana, causando una nueva impresión a Jacqueline. Pronunció un nombre que había oído antes, el de K, por lo que la niña dedujo que se conocían.

—¿Han venido a buscarte? —preguntó (como siempre, sin pararse a pensar en los diferentes idiomas), señalando el pico.

Entonces, Hana entró en la habitación y contempló la escena, con el cigarro en la boca y una mueca de enfado en la cara al ver de nuevo a Jacqueline, con quien seguía enfadada.

—Si estás pensando en cenar pájaro, olvídate enana, ya he preparado pescado —soltó tan pancha, sin inmutarse por las cortinas o por la extraña familia pájaro.

Hay ciertos momentos en que... aun sin saber el idioma, si llegas a tener una conexión con la persona, la entiendes, al igual que algunos les pasa con los animales.
Había comprendido la pregunta, y asintió, intentando levantarse lentamente, con dolor, pero sin quitar esa sonrisa... que la caracterizaría hasta el día más oscuro de todos, donde moriría. Finalmente se reincorporó, girando sobre la cama para salir, no debería poder andar, pero podía.

-...kowi...nakasta, koi poi.- Te echaré de menos, amiga mía.
Simplemente andó hasta aquella ventana, pero antes la miró por ultima vez, sonriendo. Y se sentó en el pico de su madre, que ya le había dicho que las vacaciones habían terminado, que sería castigada más tarde, pero no ahora. Y de aquellos ojos verdes surgieron dos pequeños manantiales que fluían, no bien de tristeza, no bien de felicidad...

Aunque las heridas dolían, más dolía el corazón... porque quizás, jamás llegaría a verla... pero lo haría.

De alguna forma, Jacqueline entendió sin palabras. Aquel nuevo pájaro era su madre y había ido para buscarla. Finalmente, se separaban. La niña, que apenas conocía gente en el mundo, a pesar de haber coincidido con K unos pocos momentos, se le hizo difícil su marcha. Porque era lo más parecido a una amiga que había tenido.

—Cuídate mucho y cuidado con los perros, K —se despidió Jacqueline, sin saber qué más decir.

Quizá no volverían a verse, ni a encontrarse, pero ninguna de las dos olvidaría a la otra, por uno u otro motivo, incluso en aquella pequeña edad, aquel recuerdo perduraría.

Y cuando K, junto a su madre, se hubieron marchado, Hana volvió a interrumpir, con un sonoro suspiro para atraer la atención de su hija, que se había quedado contemplando el exterior por la ventana.

—Sí, muy bonito todo, cielo. Pero me parece que aún no hemos hablado de tu próximo castigo… —le crujieron los puños, aunque Hana estaba más acostumbrada a las sartenes. Pero sin una a mano porque estaba siendo usada para el pescado, tendría que improvisar.

Sí, sin duda Jacqueline no olvidaría aquel día.

La familia estaba reluciente, preocupados y algunos de ellos enfadados con que el pequeño polluelo humano les diera tantos problemas, el castigo seguramente se proporcionaría al llegar a la isla, y sería épico.

Pero mientras aún quedaba mucho camino de vuelta, atravesarían los mares, volando, las tierras, volando, y los cielos, nadando en ellos, mientras el recuerdo de aquella chica permanecería en el corazón de la herida... quizás en una herida, en un futuro... cuando todo muera, y ese recuerdo sea levemente ocultado, pero siempre presente. La emoción que nació en el corazón de aquel pajaro nació conjunta con su humanidad... amor, amistad, quien sabe, pero una cosa estaba clara, ser humano es difícil.

- Madre, esa niña tenía alas, igual que vosotros...
- Claro hija...
- De verdad, jo, no me creéis.- se enfurruó, pero un suave roce con las alas la calmó, al fin y al cabo su madre sabía la verdad.
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Sabía que tenía el pelo azul... pero nada más.. habían pasado muchos años... sabía que tenía alas... pero no recordaba cómo era de verdad, el dibujo a penas estaba completo.
- ¿Que haces hija?- comentó su nuevo padre.
-...dibujar.- dijo mientras agarraba otro crayon con el pie.
- ¿Vaya, esa es Tía Rafaela con su peluca azul?
- ¿No, dejame, no tienes que ir a seguir con el espectaculo?- se le habíaa olvidado como siempre, y su padre se marchó a toda prisa, mientras tras practicar escribio bajo el dibujo el nombre de su recuerdo.
Jacqueline.