Cogió la brújula con una sonrisa, y antes de seguir a Scott, se detuvo a ver la puesta de sol, era hermosa, como la que ella veía desde las costas de la playa donde se encontraba su casa.
-¡Es una promesa! - sentenció con jovial voz, una alcanzándolo de un salto.
Después de aquello los años pasaron y nunca más volvió a ver al pelinegro, y a pesar de que no podía ponerle cara al niño de sus recuerdos, guardaba con amor y cariño esa inusual brujula de madera.
Toda su vida pasó de forma tan atropelladamente dolorosa que nunca intentó recordar como había obtenido dicho objeto, solo que algo importante se resguardaba tras de el, alto tan importante como lo era una promesa.