Sus cualidades, sus defectos

-Maldita sea... nadie me dijo que había que aprender a usar los poderes de las frutas del diablo... hay que joderse... lo que hay que sufrir... jijijijiji
Karlev yacía agotado sobre la hierba, no había conseguido mantener una invisibilidad uniforme por algo mas de tres o cuatro segundos, duraba como un pestañeo, algo frustrante y agotador.
La tarde anochecía lentamente en un frío crepúsculo. Las sombras, recién huyendo desaparecían entre la maleza mientras una suave brisa acariciaba los arbustos con un sonido fúnebre. Hacía frio aquel día, ni un alma se veía ni escuchaba en kilómetros y kilómetros a la redonda. Karlev se levantó en dirección a la taberna de la Villa, se había ganado un vino, todo aquel trabajo necesitaba una recompensa... ¿no? El tabenero le debía lo correspondiente al último pack de liadoras que le había enviado, así que aquella noche bebía gratis.

El humo de la taberna salía por los ventanucos ligeramente abiertos. Estaba sorprendentemente vacía pese a ser día festivo. Seguramente todos estaban en el mercadillo que habían montado unos comerciantes del mar que se habían pasado por allí aquella mañana.
La puerta chirrió al abrirse, todos los presentes fijaron su mirada en aquel pintoresco personaje que entraba en el local con aquella picaresca sonrisa.
-Un vino tinto -Murmuró Karlev sin levantar la voz demasiado dando un suave manotazo a la barra.
El tabernero le sirvió una copa desgastada llena de fuerte vino tinto.
-¿Alguien se ha enterado de lo de los nuevos dueños de "La Casona"? Dicen que han traido dos millones de Berryes en diamantes en una caja fuerte blindada. Algunos dicen que es mentira, pero yo si que me lo creo... -Dijo un hombre barbudo sin levantar la cabeza de su aguardiente.
-Bah... eso son pamplinas... Nadie tiene tanto dinero junto... -Dijo el tabernero frotando la barra.

-Menudo "El Peluca"... ese tío si que tiene dinero... ya podía repartir un poco con los pobres... JAJAJAJAJA -Dijo un hombre gordo desde la otra punta de la barra.
Todos en la taberna empezaron a reirse de buena gana. Karlev se quedó reflexionando lo que dijo aquel hombre de barba... Quizás estaba un poco borracho, pero no perdía nada por ir a investigar mañana, a ver si ese tal Peluca estaba tan forrado como decían los paisanos de la Villa.
Seguramente se pasaría a verla a la mañana siguiente. Suponía que La Casona de la que hablaban era una mansión situada algo a las afueras de la Villa, que era monstruosamente grande y bella. La había visto un par de veces al pasar, mas nunca le había llamado la atención.

Los pájaros cantaban aquella preciosa mañana que amanecía soleada, Karlev se desperezaba en la incomoda cama que le había prestado el tabernero para su estancia allí. Aquel día iba a ser largo, algo le decía dentro que iba a pasar algo grande. Con un ágil salto se levantó del lecho, y frente al espejo comenzó a maquillarse como cada mañana, se puso su ropa de payaso y salió a la calle en busca de aquella maravillosa mansión repleta de diamantes. De camino, un grupo de niños se le cruzaron jugando a piratas. No aparentaban más de nueve años, simulaban una pelea de espadas entre ellos.
-Jijijijiji Que divertido... ellos si que saben divertirse... -Dijo Karlev para sí mirando a los niños con una mezcla entre añoranza y envidia.
No se entretuvo mucho mirándolos y se dirigió hacia el gran edificio que había a unos minutos de allí. Desde lejos se veía movimiento en el jardín y en todos los accesos, parecía que no iba a ser tan sencillo como coger los diamantes y marcharse...

La brisa corría rápidamente moviendo su sombrero de pico que, de manera sobrenatural ni se meneaba en su cabeza. Karlev pensaba concienzudamente en como entrar en aquella monstruosa mansión repleta de riquezas. Al instante los niños que jugaban aparecieron entre sus recuerdos aleatoriamente. Con un chasquido de lengua se dio la vuelta y fué a buscarlos, estaba totalmente seguro de que aquellos inocentes niños le servirían a lo que el les mandara, al fin y al cabo son crédulos e inocentes niños... Serían una especie de conejillos de indias...
Karlev se relamía satisfecho por la gran idea que acababa de invadirle la mente en aquel corto instante.
Los niños continuaban en el mismo sitio donde se los había encontrado, no se habían movido ni un milimetro, seguían allí mismo, simulando un abordaje a la orilla del camino. Karlev se acercó a ellos con expresión infantil y se dispuso a hablarles...